5 nov 2021

Abuelita de Hans Christian Andersen


Abuelita

Hans Christian Andersen

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.

Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe – ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! – sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y… abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.

Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.

-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.

Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol… y entonces dijeron que estaba muerta.

La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.

En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.


FIN



29 oct 2021

Una noche de espanto

Estos días son propicios para escuchar o leer alguna historia de miedo.

¡Imagína ir a casa y encontrate con algo que te llene de terror!

Una noche de espanto

Anton Chejov

Palideciendo, Iván Ivanovitch Panihidin empezó la historia con emoción:

-Densa niebla cubría el pueblo, cuando, en la Noche Vieja de 1883, regresaba a casa. Pasando la velada con un amigo, nos entretuvimos en una sesión espiritualista. Las callejuelas que tenía que atravesar estaban negras y había que andar casi a tientas. Entonces vivía en Moscú, en un barrio muy apartado. El camino era largo; los pensamientos confusos; tenía el corazón oprimido…

“¡Declina tu existencia!… ¡Arrepiéntete!”, había dicho el espíritu de Spinoza, que habíamos consultado.

Al pedirle que me dijera algo más, no sólo repitió la misma sentencia, sino que agregó: “Esta noche”.

No creo en el espiritismo, pero las ideas y hasta las alusiones a la muerte me impresionan profundamente.

No se puede prescindir ni retrasar la muerte; pero, a pesar de todo, es una idea que nuestra naturaleza repele.

Entonces, al encontrarme en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba lastimeramente, cuando en el contorno no se veía un ser vivo, no se oía una voz humana, mi alma estaba dominada por un terror incomprensible. Yo, hombre sin supersticiones, corría a toda prisa temiendo mirar hacia atrás. Tenía miedo de que al volver la cara, la muerte se me apareciera bajo la forma de un fantasma.

Panihidin suspiró y, bebiendo un trago de agua, continuó:

-Aquel miedo infundado, pero irreprimible, no me abandonaba. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba oscura. El viento gemía en la chimenea; como si se quejara por quedarse fuera.

Si he de creer en las palabras de Spinoza, la muerte vendrá esta noche acompañada de este gemido…¡brr!… ¡Qué horror!… Encendí un fósforo. El viento aumentó, convirtiéndose el gemido en aullido furioso; los postigos retemblaban como si alguien los golpease.

“Desgraciados los que carecen de un hogar en una noche como ésta”, pensé.

No pude proseguir mis pensamientos. A la llama amarilla del fósforo que alumbraba el cuarto, un espectáculo inverosímil y horroroso se presentó ante mí…

Fue lástima que una ráfaga de viento no alcanzara a mi fósforo; así me hubiera evitado ver lo que me erizó los cabellos… Grité, di un paso hacia la puerta y, loco de terror, de espanto y de desesperación, cerré los ojos.

En medio del cuarto había un ataúd.

Aunque el fósforo ardió poco tiempo, el aspecto del ataúd quedó grabado en mí. Era de brocado rosa, con cruz de galón dorado sobre la tapa. El brocado, las asas y los pies de bronce indicaban que el difunto había sido rico; a juzgar por el tamaño y el color del ataúd, el muerto debía ser una joven de alta estatura.

Sin razonar ni detenerme, salí como loco y me eché escaleras abajo. En el pasillo y en la escalera todo era oscuridad; los pies se me enredaban en el abrigo. No comprendo cómo no me caí y me rompí los huesos. En la calle, me apoyé en un farol e intenté tranquilizarme. Mi corazón latía; la garganta estaba seca. No me hubiera asombrado encontrar en mi cuarto un ladrón, un perro rabioso, un incendio… No me hubiera asombrado que el techo se hubiese hundido, que el piso se hubiese desplomado… Todo esto es natural y concebible. Pero, ¿cómo fue a parar a mi cuarto un ataúd? Un ataúd caro, destinado evidentemente a una joven rica. ¿Cómo había ido a parar a la pobre morada de un empleado insignificante? ¿Estará vacío o habrá dentro un cadáver? ¿Y quién será la desgraciada que me hizo tan terrible visita? ¡Misterio!

O es un milagro, o un crimen.

Perdía la cabeza en conjeturas. En mi ausencia, la puerta estaba siempre cerrada, y el lugar donde escondía la llave sólo lo sabían mis mejores amigos; pero ellos no iban a meter un ataúd en mi cuarto. Se podía presumir que el fabricante lo llevase allí por equivocación; pero, en tal caso, no se hubiera ido sin cobrar el importe, o por lo menos un anticipo.

Los espíritus me han profetizado la muerte. ¿Me habrán proporcionado acaso el ataúd?

No creía, y sigo no creyendo, en el espiritismo; pero semejante coincidencia era capaz de desconcertar a cualquiera.

Es imposible. Soy un miedoso, un chiquillo. Habrá sido una alucinación. Al volver a casa, estaba tan sugestionado que creí ver lo que no existía. ¡Claro! ¿Qué otra cosa puede ser?

La lluvia me empapaba; el viento me sacudía el gorro y me arremolinaba el abrigo. Estaba chorreando… Sentía frío… No podía quedarme allí. Pero ¿adónde ir? ¿Volver a casa y encontrarme otra vez frente al ataúd? No podía ni pensarlo; me hubiera vuelto loco al ver otra vez aquel ataúd, que probablemente contenía un cadáver. Decidí ir a pasar la noche a casa de un amigo.

Panihidin, secándose la frente bañada de sudor frío, suspiró y siguió el relato:

-Mi amigo no estaba en casa. Después de llamar varias veces, me convencí de que estaba ausente. Busqué la llave detrás de la viga, abrí la puerta y entré. Me apresuré a quitarme el abrigo mojado, lo arrojé al suelo y me dejé caer desplomado en el sofá. Las tinieblas eran completas; el viento rugía más fuertemente; en la torre del Kremlin sonó el toque de las dos. Saqué los fósforos y encendí uno. Pero la luz no me tranquilizó. Al contrario: lo que vi me llenó de horror. Vacilé un momento y huí como loco de aquel lugar… En la habitación de mi amigo vi un ataúd… ¡De doble tamaño que el otro!

El color marrón le proporcionaba un aspecto más lúgubre… ¿Por qué se encontraba allí? No cabía duda: era una alucinación… Era imposible que en todas las habitaciones hubiese ataúdes. Evidentemente, adonde quiera que fuese, por todas partes llevaría conmigo la terrible visión de la última morada.

Por lo visto, sufría una enfermedad nerviosa, a causa de la sesión espiritista y de las palabras de Spinoza.

“Me vuelvo loco”, pensaba, aturdido, sujetándome la cabeza. “¡Dios mío! ¿Cómo remediarlo?”

Sentía vértigos… Las piernas se me doblaban; llovía a cántaros; estaba calado hasta los huesos, sin gorra y sin abrigo. Imposible volver a buscarlos; estaba seguro de que todo aquello era una alucinación. Y, sin embargo, el terror me aprisionaba, tenía la cara inundada de sudor frío, los pelos de punta…

Me volvía loco y me arriesgaba a pillar una pulmonía. Por suerte, recordé que, en la misma calle, vivía un médico conocido mío, que precisamente había asistido también a la sesión espiritista. Me dirigí a su casa; entonces aún era soltero y habitaba en el quinto piso de una casa grande.

Mis nervios hubieron de soportar todavía otra sacudida… Al subir la escalera oí un ruido atroz; alguien bajaba corriendo, cerrando violentamente las puertas y gritando con todas sus fuerzas: “¡Socorro, socorro! ¡Portero!”

Momentos después veía aparecer una figura oscura que bajaba casi rodando las escaleras.

-¡Pagostof! -exclamé, al reconocer a mi amigo el médico-. ¿Es usted? ¿Qué le ocurre?

Pagastof, parándose, me agarró la mano convulsivamente; estaba lívido, respiraba con dificultad, le temblaba el cuerpo, los ojos se le extraviaban, desmesuradamente abiertos…

-¿Es usted, Panihidin? -me preguntó con voz ronca-. ¿Es verdaderamente usted? Está usted pálido como un muerto… ¡Dios mío! ¿No es una alucinación? ¡Me da usted miedo!…

-Pero, ¿qué le pasa? ¿Qué ocurre? -pregunté lívido.

-¡Amigo mío! ¡Gracias a Dios que es usted realmente! ¡Qué contento estoy de verle! La maldita sesión espiritista me ha trastornado los nervios. Imagínese usted qué se me ha aparecido en mi cuarto al volver. ¡Un ataúd!

No lo pude creer, y le pedí que lo repitiera.

-¡Un ataúd, un ataúd de veras! -dijo el médico cayendo extenuado en la escalera-. No soy cobarde; pero el diablo mismo se asustaría encontrándose un ataúd en su cuarto, después de una sesión espiritista…

Entonces, balbuceando y tartamudeando, conté al médico los ataúdes que había visto yo también. Por unos momentos nos quedamos mudos, mirándonos fijamente. Después para convencernos de que todo aquello no era un sueño, empezamos a pellizcarnos.

-Nos duelen los pellizcos a los dos -dijo finalmente el médico-; lo cual quiere decir que no soñamos y que los ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos ópticos, sino que existen realmente. ¿Qué vamos a hacer?

Pasamos una hora entre conjeturas y suposiciones; estábamos helados, y, por fin, resolvimos dominar el terror y entrar en el cuarto del médico. Prevenimos al portero, que subió con nosotros. Al entrar, encendimos una vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. El portero se persignó devotamente.

-Vamos ahora a averiguar -dijo el médico temblando- si el ataúd está vacío u ocupado.

Después de mucho vacilar, el médico se acercó y, rechinando los dientes de miedo, levantó la tapa. Echamos una mirada y vimos que… el ataúd estaba vacío. No había cadáver; pero sí una carta que decía:

“Querido amigo: sabrás que el negocio de mi suegro va de capa caída; tiene muchas deudas. Uno de estos días vendrán a embargarlo, y esto nos arruinará y deshonrará. Hemos decidido esconder lo de más valor, y como la fortuna de mi suegro consiste en ataúdes (es el de más fama en nuestro pueblo), procuramos poner a salvo los mejores. Confío en que tú, como buen amigo, me ayudarás a defender la honra y fortuna, y por ello te envío un ataúd, rogándote que lo guardes hasta que pase el peligro. Necesitamos la ayuda de amigos y conocidos. No me niegues este favor. El ataúd sólo quedará en tu casa una semana. A todos los que se consideran amigos míos les he mandado muebles como éste, contando con su nobleza y generosidad. Tu amigo, Tchelustin”.

Después de aquella noche, tuve que ponerme a tratamiento de mis nervios durante tres semanas. Nuestro amigo, el yerno del fabricante de ataúdes, salvó fortuna y honra. Ahora tiene un funeraria y vende panteones; pero su negocio no prospera, y por las noches, al volver a casa, temo encontrarme junto a mi cama un catafalco o un panteón.

22 oct 2021

Los hijos de Nut

Los hijos de Nut


Anónimo: Egipto

Hace mucho tiempo, Ra, el señor de todos los dioses, aún reinaba sobre la Tierra como faraón. Vivía en un enorme palacio a orillas del Nilo, y todos los habitantes de Egipto acudían a presentarle sus respetos. Los cortesanos no dudaban en complacerlo, y él pasaba el tiempo cazando, jugando y celebrando fiestas. ¡Una vida realmente placentera!

Pero un día llegó a palacio un cortesano que le contó una conversación que había oído. Thot, el dios de la sabiduría y la magia, le había dicho a la diosa Nut que algún día su hijo sería faraón de Egipto. Ra se puso muy furioso. Nadie salvo él era digno de ser faraón. Caminaba de un lado a otro gritando:

-¡Cómo se atreve Thot a decir eso! ¡Ningún hijo de Nut me destronará!

Reflexionó sobre ello largo tiempo, al cabo del cual, tras invocar sus poderes mágicos, lanzó la siguiente maldición:

“Ningún hijo de Nut nacerá en ningún día ni en ninguna noche de ningún año”.

La noticia pronto se extendió entre los dioses. Cuando Nut se enteró de la maldición. Se sintió muy apesadumbrada. Deseaba un hijo, pero sabía que la magia de Ra era muy poderosa. ¿Cómo podría romper el maleficio? La única persona que podía ayudarla era Thot, el más sabio de todos los dioses, así que fue a verlo.

Thot quería a Nut y, al verla llorar, decidió ayudarla.

-No puedo romper la maldición de Ra, pero puedo evitarla. Espera -le pidió.

Thot sabía que Jonsu, el dios Luna, era jugador, así que lo retó a una partida de senet. Jonsu no pudo resistirse y cedió al desafío.

-¡Oh, Thot! -exclamó-. ¡Tal vez seas el dios más sabio, pero yo soy el mejor jugador de senet! No he perdido ninguna partida. Jugaré contigo y te ganaré.

Los dos se sentaron a jugar. Thot comenzó ganando todas las partidas.

-Has tenido suerte, Thot -dijo Jonsu-. Apuesto una hora de mi luz a que te gano la siguiente partida.

¡Pero también perdió! Thot continuó ganando y Jonsu siguió apostando su luz hasta que Thot hubo conseguido una luz equivalente a la de cinco días.

Entonces Thot se puso en pie, dio las gracias a Jonsu y se fue llevándose la luz consigo.

-¡Menudo cobarde! -murmuró Jonsu-. Mi suerte empezaba a cambiar. ¡Habría ganado esta partida!

Thot colocó los cinco días entre el final de ese año y el comienzo del siguiente. En aquella época, un año tenía 12 meses de 30 días cada uno, lo que sumaba un total de 360 días.

Nut se sintió feliz cuando Thot le contó lo que había hecho. Como los cinco días no pertenecían a ningún año, sus hijos podrían nacer en esos días sin romper el maleficio de Ra.

El primer día Nut dio a luz a Osiris, que sería faraón después de Ra; el segundo día, a Harmachis, que está inmortalizado en la Esfinge; el tercer día, a Seth, que más tarde mataría a Osiris y se convertiría en faraón; el cuarto día, a Isis, que sería la esposa de Osiris; y el quinto día, a Neftis, que sería la esposa de Seth.

En cuanto a Jonsu, el dios Luna, quedó tan debilitado tras la partida que ya no pudo brillar con fuerza todo el tiempo. Aún hoy, la Luna sólo brilla toda entera durante unos cuantos días del mes, y ha de pasar el resto del tiempo recobrando fuerzas.

FIN

15 oct 2021

La sirena del bosque


La sirena del bosque

Ciro Alegría

El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente hermosos de la selva amazónica, “tiene madre”. Los indios selváticos dicen así del árbol al que creen poseído por un espíritu o habitado por un ser viviente. Disfrutan de tal privilegio los árboles bellos o raros. La lupuna es uno de los más altos del bosque amazónico, tiene un ramaje gallardo y su tallo, de color gris plomizo, está guarnecido en la parte inferior por una especie de aletas triangulares. La lupuna despierta interés a primera vista y en conjunto, al contemplarlo, produce una sensación de extraña belleza. Como “tiene madre”, los indios no cortan a la lupuna. Las hachas y machetes de la tala abatirán porciones de bosque para levantar aldeas, o limpiar campos de siembra de yuca y plátanos, o abrir caminos. La lupuna quedará señoreando. Y de todos modos, así no hay roza, sobresaldrá en el bosque por su altura y particular conformación. Se hace ver.

Para los indios cocamas, la “madre” de la lupuna, el ser que habita dicho árbol, es una mujer blanca, rubia y singularmente hermosa. En las noches de luna, ella sube por el corazón del árbol hasta lo alto de la copa, sale a dejarse iluminar por la luz esplendente y canta. Sobre el océano vegetal que forman las copas de los árboles, la hermosa derrama su voz clara y alta, singularmente melodiosa, llenando la solemne amplitud de la selva. Los hombres y los animales que la escuchan quedan como hechizados. El mismo bosque puede aquietar sus ramas para oírla.

Los viejos cocamas previenen a los mozos contra el embrujo de tal voz. Quien la escuche, no debe ir hacia la mujer que la entona, porque no regresará nunca. Unos dicen que muere esperando alcanzar a la hermosa y otros que ella los convierte en árbol. Cualquiera que fuese su destino, ningún joven cocama que siguió a la voz fascinante, soñando con ganar a la bella, regresó jamás.

Es aquella mujer, que sale de la lupuna, la sirena del bosque. Lo mejor que puede hacerse es escuchar con recogimiento, en alguna noche de luna, su hermoso canto próximo y distante.

FIN

10 sept 2021

Las alas robadas

Las alas robadas

Anónimo: África

Érase una vez un príncipe llamado Sakaye Macina que viajaba por placer. Y he aquí que llegó a una ciudad en un día de feria.

Al apearse de su caballo oyó a un viejo que voceaba:

-¿Quién quiere, por una jornada de trabajo, ganar cien monedas de oro?

Sakaye se acercó al anciano y le dijo:

-Yo estoy dispuesto a trabajar todo un día por ese salario.

El viejo era un guinarú que frecuentaba los mercados con el único propósito de engañar a algún forastero y llevárselo a su choza para comérselo.

Respondió:

-Pues bien, Sakaye Macina. Deja tu caballo aquí y ven conmigo hasta el pie de aquella alta montaña. Allí encontrarás la faena que has de hacer.

Sakaye siguió, sin pronunciar palabra, al guinarú, que había tomado el camino de la montaña indicado. Así que llegaron a las estribaciones del monte altísimo, el guinarú dijo:

-Sube a la cúspide. Arriba hallarás a tus compañeros ocupados ya en la labor.

-Pero, ¿por dónde puedo escalar la cima? -preguntó Sakaye-. No veo la posibilidad. ¡Si está cortada casi a cuchillo!

-Yo te proporcionaré una montura que te llevará a destino -respondió el viejo guinarú.

Palmoteo éste y al punto apareció una tórtola gigantesca ensillada.

-Monta este corcel -ordenó el viejo.

Sakaye obedeció y el pájaro se elevó hasta la cima de la alta montaña. Una vez allí, depositó a su jinete sobre una enorme roca y desapareció.

Sakaye miró en derredor y vio una choza amarilla. Esta choza era de oro puro.

Se aproximó y con asombro observó a un anciano cuyos ojos eran tan grandes y amarillos como el sol de mediodía.

Y divisó, cuando se dirigía hacia este viejo, a lo lejos y por encima de él, el Universo entero, pues la montaña sobre la cual se encontraba era la más alta de toda la tierra.

Muy cerca de este viejo de “los ojos de sol” vio una gran cantidad de cráneos humanos esparcidos por el suelo.

Preguntó al viejo de quién era la choza de oro y quién había matado a los dueños de aquellos cráneos.

Le preguntó también por qué razón un hombre tan viejo como él se encontraba en un lugar tan espantoso, mayormente cuando, según todas las apariencias, era el único ser que moraba en aquella soledad altísima.

-Sakaye Macina -respondió el anciano- yo soy el guardián de esta choza. Los que aquí habitan son yébem, devoradores de hombres. ¡He aquí que tú estás en poder de ellos y no te escaparás! El padre de ellos te ha encontrado en el mercado y te sedujo con la esperanza de poseer el oro que te ofreció por un jornal. En consecuencia, espera aquí tu fin, porque dentro de un instante caerás en sus manos, donde hallarás la muerte. Te devorarán tan pronto el yébem que te ha encontrado esté de regreso. ¡Y no tardará mucho!

-¿Tú también eres un devorador de hombres? -le preguntó Sakaye.

-¿Yo? -exclamó el anciano-. ¡No! Yo soy un yébem, pero en ningún modo de los devoradores de hombres. Yo pertenezco a otra raza diferente. Me obligan a permanecer aquí en virtud de un sortilegio que me priva del uso de las piernas; a no ser por esto, hace mucho tiempo que habría regresado al lado de los míos. Delante de la choza les sirvo de guardián y me es imposible escapar.

-Muy bien, anciano. ¿Y dónde están en este momento esos ogros propietarios de la choza de oro y dueños de tus piernas?

-Están de caza y volverán al mismo tiempo que su padre, a quien tú ya conoces.

-Entonces, ¿ahora no hay nadie en la vivienda?

-Nadie, a excepción de unos yébem muy jóvenes que se distraen jugando a las conchas.

-Entraré, pues, y me esconderé en algún granero, en espera de la noche para escapar.

-Te suplico que no hagas tal cosa -gritó el viejo-. Tú serías la causa de mi perdición, pues los yébem, a su regreso, me matarían sin compasión al oler carne humana en su casa.

Sakaye, que sabía que el guinarú de los “ojos de sol” no podía nada contra él, porque el sortilegio le impedía el uso de las piernas, entró precipitadamente, sin hacer caso de sus advertencias y súplicas.

Al ver al intruso, los jóvenes yébem, que estaban jugando y se habían quitado las alas para estar más desembarazados, se asustaron y se metieron de un salto en un gran agujero que había en el centro de la guarida. Pero tuvieron tiempo de recoger sus alas.

Tan sólo la hermana, una muchacha muy jovencita, abandonó las suyas en la precipitación de la huida.

Cuando ella se encontró en medio de sus hermanos, éstos le dijeron:

-Pequeña, has dejado tus alas a la discreción del intruso. Anda por ellas, aunque ello te cueste la libertad. Debes intentar recuperarlas, pues jamás se ha dado el caso de que una yébem haya dejado sus alas en poder de un humano.

La joven yébem, a pesar de su espanto, regresó a la choza y, dirigiéndose a Sakaye, le dijo:

-¡Humano, yo te suplico que me devuelvas mis alas!

-Te las devolveré con una condición -respondió el príncipe-. Quiero que me lleves a mi pueblo.

-Te lo prometo -dijo ella.

Entonces Sakaye le devolvió las alas y ella se las puso en lugar adecuado. Hecho esto, el príncipe montó sobre la espalda de la joven yébem y voló tan alto, tan alto, que ya no podía distinguir siquiera la tierra.

Ella lo depositó delante de la puerta del palacio del rey y quiso, inmediatamente, regresar a la choza de la alta cumbre, pero Sakaye la retuvo a la fuerza. Para lograrlo, le quitó las alas y las escondió en los almacenes del rey.

Y acaeció luego, que la tomó por esposa. Desposados, vivieron así algunos años, y la joven yébem dio a luz tres hijos, todos derechos como un huso y lindos como flores.

A pesar de la alegría que ella sentía de ser madre, la yébem tenía el corazón apesadumbrado. Añoraba y sentía nostalgia de la soledad de las altas cumbres.

Una noche, mientras su marido y sus hijos dormían, se transformó en un ratoncillo y, por un diminuto agujero, penetró en el almacén de su suegro el rey. Cogió las alas y se las ajustó en los hombros. Luego, volvió para buscar a sus hijos, los ocultó bajo sus alas y, remontando el vuelo, se dirigió rauda hasta la montaña de sus amores.

FIN

27 ago 2021

El gallito de la cresta de oro

Te comparto esta historia recopilada por un autor ruso llamado Aleksandr Nikolaievich Afanasiev.

El mundo existe muchas historias que tienen semejanzas. ¿Puedes encontrar alguna en esta historia? ¿A qué otro cuento se parece?

El Gallito de Cresta de Oro

Aleksandr Nikolaievich Afanasiev

Un viejo matrimonio era tan pobre que con gran frecuencia no tenía ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca.

Un día se fueron al bosque a recoger bellotas y traerlas a casa para tener con qué satisfacer su hambre.

Mientras comían, a la anciana se le cayó una bellota a la cueva de la cabaña; la bellota germinó y poco tiempo después asomaba una ramita por entre las tablas del suelo. La mujer lo notó y dijo a su marido:

-Oye, es menester que quites una tabla del piso para que la encina pueda seguir creciendo y, cuando sea grande, tengamos bellotas en casa sin necesidad de ir a buscarlas al bosque.

El anciano hizo un agujero en las tablas del suelo y el árbol siguió creciendo rápidamente hasta que llegó al techo. Entonces el viejo quitó el tejado y la encina siguió creciendo, creciendo, hasta que llegó al mismísimo cielo.

Habiéndose acabado las bellotas que habían traído del bosque, el anciano cogió un saco y empezó a subir por la encina; tanto subió, que al fin se encontró en el cielo. Llevaba ya un rato paseándose por allí cuando percibió un gallito de cresta de oro, al lado del cual se hallaban unas pequeñas muelas de molino.

Sin pararse a pensar más, el anciano cogió el gallo y las muelas y bajó por la encina a su cabaña. Una vez allí, dijo a su mujer:

-¡Oye, mi vieja! ¿Qué podríamos comer?

-Espera -le contestó ésta-; voy a ver cómo trabajan estas muelas.

Las cogió y se puso a hacer como que molía, y en el acto empezaron a salir flanes y pasteles en tal abundancia que no tenía tiempo de recogerlos. Los ancianos se pusieron muy contentos, y cenaron suculentamente.

Un día pasaba por allí un noble y entró en la cabaña.

-Buenos viejos, ¿no podrían darme algo de comer?

-¿Qué quieres que te demos? ¿Quieres flanes y pasteles? -le dijo la anciana.

Y tomando las muelas se puso a moler, y en seguida salieron en montón flanes y pastelillos.

El noble los comió y propuso a la mujer:

-Véndeme, abuelita, las muelas.

-No -le contestó ésta-; eso no puede ser.

Entonces el noble, envidioso del bien ajeno, le robó las muelas y se marchó.

Apenas los ancianos notaron el robo se entristecieron mucho y empezaron a lamentarse.

-Esperen -les dijo el Gallito de Cresta de Oro-; volaré tras él y lo alcanzaré.

Echó a volar, llegó al palacio del noble, se sentó encima de la puerta y cantó desde allí:

-¡Quiquiriquí! ¡Señor! ¡Señor! ¡Devuélvenos las muelas de oro que nos robaste!

En cuanto oyó el noble el canto del gallo ordenó a sus servidores:

-¡Muchachos! ¡Cojan ese gallo y tírenlo al pozo!

Los criados cogieron al gallito y lo echaron al pozo; dentro de éste se le oyó decir:

-¡Pico, pico, bebe agua!

Y poco a poco se bebió toda el agua del pozo. En seguida voló otra vez al palacio del noble, se posó en el balcón y empezó a cantar:

-¡Quiquiriquí! ¡Señor! ¡Señor! ¡Devuélvenos las muelas de oro que nos robaste!

El noble, enfadado, ordenó al cocinero que metiese el gallo en el horno. Cogieron al gallito y lo echaron al horno encendido; pero una vez allí, empezó a decir:

-¡Pico, pico, vierte agua!

Y con el agua que vertió apagó toda la lumbre del horno.

Otra vez echó a volar, entró en el palacio del noble y cantó por tercera vez:

-¡Quiquiriquí! ¡Señor! ¡Señor! ¡Devuélvenos las muelas de oro que nos robaste!

En aquel momento se encontraba el noble celebrando una fiesta con sus amigos, y éstos, al oír lo que cantaba el gallo, se precipitaron asustados fuera de la casa. El noble corrió tras ellos para tranquilizarlos y hacerlos volver, y el Gallito de Cresta de Oro, aprovechando este momento en que quedó solo, cogió las muelas y se fue volando con ellas a la cabaña del anciano matrimonio, que se puso contentísimo y vivió en adelante muy feliz, sin que, gracias a las muelas, le faltase nunca qué comer.

FIN

30 jul 2021

El pez y la tortuga.

 

Los cuentos están llenos de sabiduría, de emociones y símbolos. Descubramos lo que las historias nos quieren entregar para compartirlas con asombro.



Amanecía. Los primeros rayos del sol se reflejaban en las aguas azules del mar de Arabia. Una tortuga salía de su sueño profundo y se desperezaba en la playa. Abrió los ojillos y, de repente, vio un pez que sacaba la cabeza del agua. Cuando el pez se percató de la presencia de la tortuga, le preguntó:

-Amiga tortuga, presiento que hay sabiduría en tu corazón y quiero hacerte una pregunta: ¿qué es el agua?

La tortuga no repuso al instante.

No podía creer lo que le estaba preguntando aquel pez que estaba cerca de ella. Cuando se dio cuenta de que no estaba durmiendo y el suceso no era parte de un sueño, repuso:

-Amigo pez, has nacido en el agua, en el agua estás viviendo y en el agua hallarás la muerte. Alrededor de tu cuerpo hay agua y agua hay dentro de tu cuerpo. Te alimentas de lo que en el agua encuentras y en el agua te reproduces. ¡Y tú, pez necio, me preguntas qué es el agua!

FIN

Anónimo: India


16 jul 2021

Los gemelos con una sola cabeza

Las historias nos acompañan día a día.
Está vez queremos compartir una historia desde el mundo africano.

Los gemelos con una sola cabeza

Anónimo: África
Una vez había unos gemelos que sólo tenían una cabeza para los dos. Sus nombres eran Sainey y Sana. A pesar de tener una sola cabeza no estaban de acuerdo. Sana era fuerte pero obstinado. Sainey era débil pero agudo.

Un día Sana le dijo a su hermano:

-Quiero ir a la guerra.

Sainey sabía que su hermano era tozudo y no quiso escucharlo. Por tanto, le dijo:

-Deja que primero lo consultemos con nuestros padres y que nos den su opinión.

Sana les contó su plan. Su madre dijo:

-No deben ir.

Su padre dijo:

-No deben ir.

Pero Sana estaba decidido a ir. Y Sainey fue forzado a ir.

A pesar de sus esfuerzos no pudo salvar a su hermano: Sana murió en el campo de batalla. Y con dolor Sainey cantaba:

Sana, tu madre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Tu padre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Ahora el muerto y el vivo
deben ir en una sola tumba
Oh gente del pueblo
Esto es extraño.

Cogió el cuerpo de su hermano desde el campo de batalla hasta el camino. Débil, Sainey tuvo que arrastrar el cuerpo. Y de este modo lo llevó hasta su casa. Los padres se acercaron a ellos. Cuando vieron lo que había ocurrido, su madre lloró, su padre lloró. La gente del pueblo fue a consolarlos. Y Sainey cantó su canción:

Sana, tu madre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Tu padre te lo dijo
Pero no quisiste escuchar
Ahora el muerto y el vivo
deben ir en una sola tumba
Oh gente del pueblo
Esto es extraño.

La gente del pueblo cargó con ellos hasta su campamento, donde fueron enterrados en una sola tumba.

FIN

2 jul 2021

El nombre secreto de Ra


Sigamos pasando un hermoso Tiempo de Cuentos y esta vez con una historia de la tradición oral egipcia.



El dios-Sol Ra tiene muchos nombres, pero sólo uno es secreto: el que le da gran parte de su poder.

Isis se preguntaba cómo podría obligar al dios del Sol a revelar su nombre más secreto. Decidió esperar a que se le presentara una buena ocasión, y se puso a vigilarlo atentamente.

Cuando Ra se quedó dormido, Isis aprovechó para recoger la saliva del dios y la mezcló con un poco de tierra, con la que dio forma a una peligrosa serpiente con la intención de que mordiese al dios.

Isis colocó al animal en el camino por el que Ra iba a pasar, de modo que la serpiente lo atacó. Ra lanzó un terrible grito de dolor y el veneno de la serpiente empezó a invadir su ser, sin poder combatirlo y sin saber de dónde provenía. Los demás dioses, apenados, observaban cómo sufría.

Entonces la diosa hechicera, Isis, se acercó y le dijo: “Dime tu nombre secreto y te curaré”.

Ra comenzó a decir varios de sus nombres: “Creador del cielo y de la Tierra, Arquitecto de las montañas, Controlador de las crecidas…” Pero no llegaba nunca a decir su nombre secreto.

Era tan fuerte su dolor por la mordedura que terminó accediendo con una condición: que Isis y su hijo Horus no lo revelasen a nadie.

Isis curó a Ra mediante una fórmula mágica y aplicándole un ungüento hecho con hierbas.

Y así es como la diosa Isis consiguió ser tan poderosa como el dios-Sol Ra.

FIN

4 jun 2021

El Asno de Kuichú

Seguimos con las previas del Puro Cuento. Esta vez compartimos un cuento de la tradición oral china.
¡Yo soy Puro Cuento!

El asno de Kuichú

Anónimo: China

Nunca se había visto un asno en Kuichú, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas.

Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.

Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta.

Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. “Así que es esto lo que sabe hacer”, se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró.

¡Pobre asno! Parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre feroz nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.

FIN

28 may 2021

Puro Cuento 9

Hola amigos y amigas, amantes de las historias. Estamos a pocos días de arrancar con la fiesta de las palabras llamada Puro Cuento.

Pero, ¿qué es el Puro Cuento? Es un encuentro internacional de Narración Oral que se celebra una vez al año en la ciudad de Lima-Perú. Durante ocho años diferentes maestros de la oralidad se han dado cita de forma presencial en esta ciudad. Durante esos años no solo hemos compartido cuentos, también experiencias de vida, miradas, abrazos, alegrías y profesionalismo.

Mi nombre es Yeniffer Díaz y soy profesora de vocación, descubrí la narración oral durante mi etapa de docente de escuela y le estoy completamente agradecida, porque me salvó de abandonar la carrera que tanto amaba. Contar historias me permitió entender la responsabilidad que recaía en mí al utilizar la palabra como escudo y espada, me permitió acercarme a mis estudiantes, entenderlos y respetar sus opiniones, crear lazos. 

Varios años han pasado desde el día que  decidí dedicarle mi vida a la narración de cuentos, sigo creyendo fielmente en los beneficios que ofrece esta increíble herramienta pedagógica en la etapa escolar y en la vida familiar. 

Desde hace más de diez años recorro mi ciudad, mi país, el mundo compartiendo experiencias docentes y cuentos, he recibido grandes alegrías y quiero que más personas descubran las infinitas posibilidades que les puede brindar contar y escuchar cuentos en la vida. Siempre será benéfico pasar un relajante Tiempo de Cuentos

Desde hace nueve años organizo un encuentro internacional de narración oral  en Lima, el año pasado no pudimos realizarlo de forma presencial porque guardábamos la esperanza de que las cosas volvieran a ser como antes, pero no fue así. 

Este año hemos sido beneficiarios de las líneas de apoyo que otorga el Ministerio de Cultura de Perú, esto nos ha permitido seguir celebrando la fiesta de las palabras, ahora de forma virtual. Al principio nos dio mucha tristeza no poder tener a nuestr@s amig@s cuenter@s aquí, pero nos sacudimos las lágrimas y sacamos al frente nuestras sonrisas al entender que gracias a la virtualidad el Puro Cuento puede llegar al mundo entero.

Ahora el equipo ha crecido, además contamos con grandes aliados que nos han permitido presentar talleres, espectáculos de primer nivel, entrevistas y más de forma virtual y con ingreso libre. 

Entérate de todas las actividades que nos trae este Puro Cuento 9 a través de la web: https://yosoypurocuento.com/

Síguenos en el FB y en IG como @yosoypurocuento

Comparte las buenas nuevas, comparte este maravilloso encuentro para que más personas descubran esos beneficios que un día cambiaron mi vida.





14 may 2021

Cómo la sabiduría se espacio por el mundo

¡El Puro Cuento está cerca! 

Por eso el día de hoy queremos compartir esta bella historia de la tradición oral africana.

¡Disfrútalo!


Cómo la sabiduría se esparció por el mundo

Anónimo: África


En Taubilandia vivía en tiempos remotos, remotísimos, un hombre que paoseía toda la sabiduría del mundo. Se llamaba este hombre Padre Ananzi, y la fama de su sabiduría se había extendido por todo el país, hasta los más apartados rincones, y así sucedía que de todos los ámbitos acudían a visitarlo las gentes para pedirle consejo y aprender de él.

Pero he aquí que aquellas gentes se comportaron indebidamente y Ananzi se enfadó con ellos. Entonces pensó en la manera de castigarlos.

Tras largas y profundas meditaciones decidió privarles de la sabiduría, escondiéndola en un lugar tan hondo e insospechado que nadie pudiera encontrarla.

Pero él ya había prodigado sus consejos y ellos contenían parte de la sabiduría que, ante todo, debía recuperar. Y lo consiguió; al menos así lo pensaba nuestro Ananzi.

Ahora debía buscar un lugarcito donde esconder el cacharro de la sabiduría; y, sí, también él sabía un lugar. Y se dispuso a llevar hasta allí su preciado tesoro.

Pero… Padre Ananzi tenía un hijo que tampoco tenía un pelo de tonto; se llamaba Kweku Tsjin. Y cuando éste vio a su padre andar tan misteriosamente y con tanta cautela de un lado a otro con su pote, pensó para sus adentros:

-¡Cosa de gran importancia debe ser ésa!

Y como listo que era, se puso ojo avizor, para vigilar lo que Padre Ananzi se proponía.

Como suponía, lo oyó muy temprano por la mañana, cuando se levantaba. Kweku prestó mucha atención a todo cuanto su padre hacía, sin que éste lo advirtiera. Y cuando poco después Ananzi se alejaba rápida y sigilosamente, saltó de un brinco de la cama y se dispuso a seguir a su padre por donde quiera que éste fuese, con la precaución de que no se diera cuenta de ello.

Kweku vio pronto que Ananzi llevaba una gran jarra, y le aguijoneaba la curiosidad de saber lo que en ella había.

Ananzi atravesó el poblado; era tan de mañana que todo el mundo dormía aún; luego se internó profundamente en el bosque.

Cuando llegó a un macizo de palmeras altas como el cielo, buscó la más esbelta de todas y empezó a trepar con la jarra o pote de la sabiduría pendiendo de un cordel que llevaba atado por la parte delantera del cuello.

Indudablemente, quería esconder el Jarro de la Sabiduría en lo más alto de la copa del árbol, donde seguramente ningún mortal había de acudir a buscarlo… Pero era difícil y pesada la ascensión; con todo, seguía trepando y mirando hacia abajo. No obstante la altura, no se asustó, sino que seguía sube que te sube.

El jarro que contenía toda la sabiduría del mundo oscilaba de un lado a otro, ya a derecha ya a izquierda, igual que un péndulo, y otras veces entre su pecho y el tronco del árbol. ¡La subida era ardua, pero Ananzi era muy tozudo! No cesó de trepar hasta que Kweku Tsjin, que desde su puesto de observatorio se moría de curiosidad, ya no lo podía distinguir.

-Padre -le gritó- ¿por qué no llevas colgado de la espalda ese jarro preciado? ¡Tal como te lo propones, la ascensión a la más alta copa te será empresa difícil y arriesgada!

Apenas había oído Ananzi estas palabras, se inclinó para mirar a la tierra que tenía a sus pies.

-Escucha -gritó a todo pulmón- yo creía haber metido toda la sabiduría del mundo en este jarro, y ahora descubro, de repente, que mi propio hijo me da lección de sabiduría. Yo no me había percatado de la mejor manera de subir este jarro sin incidente y con relativa comodidad hasta la copa de este árbol. Pero mi hijito ha sabido lo bastante para decírmelo.

Su decepción era tan grande que, con todas sus fuerzas, tiró el Jarro de la Sabiduría todo lo lejos que pudo. El jarro chocó contra una piedra y se rompió en mil pedazos.

Y como es de suponer, toda la sabiduría del mundo que allí dentro estaba encerrada se derramó, esparciéndose por todos los ámbitos de la tierra.

FIN

29 mar 2021

Un viaje por el tiempo

He aquí un artículo publicado por El Comercio (diario peruano de gran alcance desde hace muchos años atrás), el domingo 9 de noviembre del 2008.

Este es un buen tiempo de recuerdos. Hagamos juntos el recorrido por aquellos descubrimientos que permanecen en nuestra memoria y que son parte de la historia del mundo.
 


¿Qué otros objetos nos falta en esta lista propuesta por el artículo periodístico?

26 mar 2021

Tres de Esopo

Hace muchos siglos atrás vivió un hombre llamado Esopo quien amaba contar historias donde humanizaba a los animales y concluía con moralejas. Fue la inspiración para diferentes escritores como el francés Jean de La Fontaine o el español Samaniego, entre otros.

Quiero regalarte tres de sus fábulas que han sido tomadas por muchos contadores de cuentos y han deleitado a grandes y chicos. Te propongo darle un tono de narrador a la hora de leerlas en voz alta.


1. El águila, el cuervo y el pastor.

Lanzándose desde una cima,

un águila arrebató a un corderito.

 

La vio un cuervo y tratando de imitar al águila,
se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal

conocimiento en el arte que sus garras se

enredaron en la lana, y batiendo al máximo
sus alas no logró soltarse.

Viendo el pastor lo que sucedía,

cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas,

se lo llevó a sus niños.

 

Le preguntaron sus hijos acerca de qué clase
de ave era aquella, y él les dijo:
- Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.

 Pon tu esfuerzo y dedicación en lo que realmente estás preparado, no en lo que no te corresponde.


02 - El águila, la liebre y el escarabajo.

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila,
y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo,
suplicándole que le ayudara.

Le pidió el escarabajo al águila que perdonara

a su amiga. Pero el águila, despreciando
la insignificancia del escarabajo,
devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra.  Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus huevos.

Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo,
viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de estiércol,
voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus.

Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.

Nunca desprecies lo que parece insignificante,
pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte.


03 - El águila de ala cortada y la zorra.

Cierto día un hombre capturó a un águila,
le cortó sus alas y la soltó en el corral junto
con todas sus gallinas. Apenada, el águila,
quien fuera poderosa, bajaba la

cabeza y pasaba sin comer: se sentía
como una reina encarcelada.
 

Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla.
Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. 

Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó
a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.
 

La vio una zorra y maliciosamente la mal
aconsejaba diciéndole:
--No le lleves la liebre al que te liberó,
sino al que te capturó; pues el que te liberó
ya es bueno sin más estímulo.
Procura más bien ablandar al otro,
no vaya a atraparte de nuevo y te
arranque completamente las alas.

Siempre corresponde generosamente con tus bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan hacer lo incorrecto.

 

19 mar 2021

Dos cuentos de aquellos...

El mes de marzo nos trae grandes alegrías, este 20 celebramos el día de la Narración Oral y como somos amantes de las historias lo celebraremos con una hermosa transmisión en un ciclo denominado "Las Previas del Puro Cuento". Recuerda que irá todos los sábados a las 11.30am. (hora Perú) desde el FP del Puro Cuento 

Y con este motivo quiero regalarte un par de historias recogidas por dos grandes narradores como son Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el libro "Cuentos breves y extraordinarios". 

Una gran cantidad de cuentos cortos forman parte de este magnifico tesoro literario. Ya dirían estos escritorios como prólogo de la obra: "La anécdota, la parábola y el relato hallan aquí hospitalidad, a condición de ser breves" y por ello los compartimos con ustedes. ¡Hoy es viernes de cuento compartido! Recibamos el día de la narración oral con cuentos. Disfrútalo...


EL CIERVO ESCONDIDO


Un leñador de Cheng se encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó, como si fuera su sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y dijo a su mujer:

—Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.

—Tú habrás soñado que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe ser verdadero —dijo la mujer.

—Aun suponiendo que encontré el ciervo por un sueño —contestó el marido—, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?

Aquella noche el leñador volvió a su casa pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron al juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:

—Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.

El caso llegó a oídos del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:

—Y ese juez, ¿no estará soñando que reparte un ciervo?

Liehtsé (c. 300 a. C.).

 

 

LOS BRAHMANES Y EL LEON

En cierto pueblo había cuatro brahmanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los hombres pueden saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber; solo tenía cordura. Un día se reunieron. ¿De qué sirven las prendas, dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no ganamos dinero? Ante todo, viajaremos.


Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor:

—Uno de nosotros, el cuarto, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura, nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se vuelva a su casa.

El segundo dijo:

—Esta no es manera de proceder. Desde muchachos hemos jugado juntos. Ven, mi noble amigo, tú tendrás tu parte en nuestras ganancias.

Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo:

—Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.

El primero dijo:

—Sé componer el esqueleto.

El segundo dijo:

—Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.

El tercero dijo:

—Sé darle la vida.

El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El tercero se disponía a infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó:

—Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.

—Eres muy simple —dijo el otro—. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.

—En tal caso —respondió el hombre cuerdo— aguarda que me suba a este árbol.

Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó que se alejara el león, para bajar del árbol y volver a su casa.


Panchatantra, siglo II, a.c.



Cuéntame qué género es tu favorito y comparte el cuento que más te gusta. 

16 mar 2021

El Puro Cuento se acerca...

El 2020 nos dio grandes sorpresas positivas y negativas. Nos pasamos un año esperando que las cosas (como las vivíamos) volvieran a su cauce, pero ya nos dimos cuenta que esto no sucederá o demorará en pasar. Los sectores más afectados han sido los independientes, entre ellos el mundo artístico. 

El Encuentro Internacional Puro Cuento que se realiza en junio, ha reunido de forma presencial a los y las amantes de las historias del mundo en la ciudad de Lima durante ocho años seguidos. El año anterior debido a la pandemia detuvimos actividades con la intención de estudiar detenidamente las posibilidades de realizar este encuentro de forma virtual.

Este año el mundo virtual y la tradición oral unen fuerzas para hacer posible cada una de las actividades propuestas en esta aventura repleta de historias llamada Puro Cuento 9.

En el 2021 celebraremos el noveno encuentro internacional de narración oral Puro Cuento on line y contaremos con la presencia virtual de Aldo Méndez (Cuba), Aneta Cruz-Kaciak (Polonia), Rodolfo González (Costa Rica), los Tapetes contadores de historias (Brasil-Perú) y más. Esta hermosa gama de narradores tendrán como anfitriones a la comunidad cuentera peruana que serán anunciada en breve.

Prepárate, queremos contar con tu presencia. Trabajamos muy duro para que todas estas actividades sean gratuitas y que llegue a aquellos que quieren aprender más sobre cómo preservar la narración de cuentos o cómo utilizar sus bondades dentro de la actividad educativa.

La fiesta irá del 14 al 26 de junio, los talleres virtuales tendrán aforo limitado por ello su inscripción se anunciará con anticipación y los espectáculos sólo estarán activos 12 horas luego de su estreno en el Fan Page de Puro Cuento.  

En breve más información... 

Mientras esperamos a que llegue el Puro Cuento, nos vamos preparando con Las Previas que se transmitirán todos los sábados a las 11.30 am. Hora Perú. Diversos invitados nacionales e internacionales nos acompañarán con cuentos y anécdotas como preámbulo a lo que será nuestro querido noveno encuentro.

12 mar 2021

Un cuento sobre la muerte

El escritor cubano Onelio Jorge Cardoso conocido como el "cuentista mayor" nos regala una historia para este fin de semana. 

Cuéntala a tu familia o a tus amigos/as, estoy segura que lo vas a disfrutar y el cuento cobrará vida gracias a ti.


FRANCISCA Y LA MUERTE

¾Santos y buenos días ¾ dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla al bolsillo.

¾Si no molesto ¾ dijo¾, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.

¾Pues mire ¾ le respondieron, y asomándose a la puerta, señaló un hombre con su dedo rudo de labrador:

¾Allá por las cañas bravas que bate el viento, ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.


«Cumplida está» 
¾pensó la muerte y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.

Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.

«Menos mal, poco trabajo; un solo caso», se dijo satisfecha de no fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.

Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de las ceibas eran pura caoba transparente. El tronco de la guayaba soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla. Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores.

Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nido, ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué hacerse?; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.

Así, pues, echó y echó la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca:

¾Por favor, con Panchita ¾dijo adulona la muerte.

¾Abuela salió temprano ¾contestó una nieta de oro, un poco temerosa aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.

¾¿Y a qué hora regresa? ¾preguntó.

¾¡Quién lo sabe! ¾dijo la madre de la niña¾. Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.

Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.

¾Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?

¾Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer o la noche misma.

«¡Contra!», pensó la muerte, «se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla». Y levantando su voz, dijo la muerte:

¾¿Dónde, al fijo, pudiera encontrarla ahora?

¾De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.

¾¿Y dónde está el maizal? ¾preguntó la muerte.

¾Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.

¾Gracias ¾dijo seca la muerte y echó a andar de nuevo.

Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Sólo garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió:

«¡Vieja andariega, dónde te habrás metido!» Escupió y continuó su sendero sin tino.

Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:

¾Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?

¾Tiene suerte ¾dijo el caminante¾, media hora lleva en casa de los Noriegas. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.

¾Gracias ¾dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.

Duro y fatigoso era el camino. Además ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriegas:

¾Con Francisca, a ver si me hace el favor.

¾Y se marchó.

¾¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?

¾¿Por qué tan de pronto? ¾le respondieron¾ . Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿A qué viene extrañarse?

¾Bueno..., verá ¾dijo la muerte turbada¾ , es que siempre una hace su sobremesa en todo, digo yo.

¾Entonces usted no conoce a Francisca.

¾Tengo sus señas ¾dijo burocrática la Impía.

¾A ver; dígalas ¾esperó la madre. Y la muerte dijo:

¾Pues..., con arrugas; desde luego ya son sesenta años...

¾¿Y qué más?

¾Verá..., el pelo blanco..., casi ningún diente propio..., la nariz, digamos...

¾¿Digamos qué?

¾Filosa.

¾¿Eso es todo?

¾Bueno..., por demás nombre y dos apellidos.

¾Pero usted no ha hablado de sus ojos.

¾Bien; nublados..., sí, nublados han de ser..., ahumados por los años.

¾No, no la conoce ¾dijo la mujer¾ . Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, quien usted busca, no es Francisca.

Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada, sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.

Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pangola para la vaca de los nietos. Mas, sólo vio la muerte la pangola recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.

Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:

¾¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!

Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.

Mientras, a dos kilómetros de allí, escardaba de malas hierbas Francisca el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le tiró a su manera el saludo cariñoso:

¾Francisca, ¿cuándo te vas a morir?

Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:

¾Nunca ¾dijo¾, siempre hay algo que hacer.

 

Abril de 1973