Hace muchos siglos atrás vivió un hombre llamado Esopo quien amaba contar historias donde humanizaba a los animales y concluía con moralejas. Fue la inspiración para diferentes escritores como el francés Jean de La Fontaine o el español Samaniego, entre otros.
Quiero regalarte tres de sus fábulas que han sido tomadas por muchos contadores de cuentos y han deleitado a grandes y chicos. Te propongo darle un tono de narrador a la hora de leerlas en voz alta.
1. El águila, el cuervo y el pastor.
Lanzándose
desde una cima,
un águila arrebató a un corderito.
La vio un
cuervo y tratando de imitar al águila,
se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal
sus alas no logró soltarse.
Viendo el
pastor lo que sucedía,
cogió al
cuervo, y cortando las puntas de sus alas,
se lo
llevó a sus niños.
Le
preguntaron sus hijos acerca de qué clase
de ave era aquella, y él les dijo:
- Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.
02 - El águila, la liebre y el escarabajo.
Estaba una liebre siendo perseguida por un
águila,
y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo,
suplicándole que le ayudara.
Le pidió el escarabajo al águila que perdonara
a su amiga. Pero el águila, despreciando
la insignificancia del escarabajo,
devoró a la liebre en su presencia.
Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus huevos.
Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo,
viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de estiércol,
voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus.
Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.
Nunca desprecies lo que parece
insignificante,
pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte.
03 - El águila de ala cortada y la zorra.
Cierto día un hombre capturó a un águila,
le cortó sus alas y la soltó en el corral junto
con todas sus gallinas. Apenada, el águila,
quien fuera poderosa, bajaba la
cabeza y pasaba sin comer: se sentía
como una reina encarcelada.
Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla.
Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo.
a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.
La vio una zorra y maliciosamente la mal
aconsejaba diciéndole:
--No le lleves la liebre al que te liberó,
sino al que te capturó; pues el que te liberó
ya es bueno sin más estímulo.
Procura más bien ablandar al otro,
no vaya a atraparte de nuevo y te
arranque completamente las alas.
Siempre corresponde generosamente con tus
bienhechores, y por prudencia mantente alejado de los malvados que insinúan
hacer lo incorrecto.
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