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El discípulo llevaba meses recibiendo aplicadamente la enseñanza espiritual del mentor. Un día, de repente, el amestro miró a los ojos al discípulo y le dijo:
- Sé como un muerto.
El discípulo se quedó perplejo. No entendía nada.
- No te comprendo, maestro -vaciló- A qué te refieres?
El maestro sonrió. Era la sonrisa del que ha alcanzado la calma profunda.
- Mi muy querido -dijo-, acércate al cementerio más cercano y, con todas las fuerzas de tus jóvenes y vigorosos pulmones, empieza a gritar toda suerte de halagos a los muertos.
Aunque sorprendido, el disípulo siguió las indicaciones del mentor y acudió al cementerio. Comenzó durante varios minutos a gritar halagos a los muertos. Luego regresó ante el maestro, quien le preguntó:
- Qué han respondido los muertos?
- Nada, maestro, no han respondido nada.
- Muy bien. Pues vuelve ahora al cementerio y comienza a proferir insultos contra los muertos.
Así lo hizo el discípulo. Una vez en el cementerio empezó a gritar insultos contra los muertos y luego regresó junto al maestro.
- Qué han respondido los muertos?
- Nada- respondió el discípulo-. Nada en absoluto.
Y el maestro dijo:
- Así tienes que ser tú siempre, como un muerto, o sea, indiferente a los halagos y a los insultos.
El Maestro declara:
Los que hoy te elogian, mañana te pueden insultar; los que hoy te insultan, mañana te pueden halagar. Permanece indiferente a halagos e insultos.
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