El
doctor Michaelson estaba enseñando a su mujer, cuyo nombre era señora
Michaelson, su combinación de laboratorio e invernadero. Era la primera vez que
ella iba allí en muchos meses y se había añadido un poco más de equipamiento.
-¿Entonces
hablabas en serio, John -le preguntó ella finalmente-, cuando me dijiste que
estabas experimentando en la comunicación con flores? Creí que estabas
bromeando.
-No del
todo -dijo el doctor Michaelson-. Al contrario de lo que cree la gente, las
flores tienen un cierto grado de inteligencia.
-¡Pero
seguramente no pueden hablar!
-No como
hablamos nosotros. Pero contrariamente a lo que la gente piensa, se comunican.
Telepáticamente, eso sí, y en imágenes pensadas más que las palabras.
-Entre
ellas quizás, pero seguramente...
-Contrariamente
a lo que la gente piensa, querida, incluso la comunicación humano-floral es
posible, aunque hasta ahora sólo he podido establecer comunicación en una
dirección. Es decir, puedo captar sus pensamientos, pero no enviarles mensajes
desde mi mente a la suya.
-Pero...
¿cómo funciona, John?
-Contrariamente
a lo que la gente piensa -dijo su marido-, los pensamientos, tanto humanos como
florales, son ondas electromagnéticas que pueden ser... Espera, será más fácil
si te lo muestro, cariño.
Llamó a
su ayudante que estaba trabajando al otro lado de la habitación:
-Señorita
Wilson, ¿podría traer el comunicador?
La
señorita Wilson trajo el comunicador. Era una cinta para la cabeza de la que
salía un cable que llegaba a una barra delgada con un asa aislada. El doctor
Michaelson puso la cinta alrededor de la cabeza de su esposa y la barra en su
mano.
-Es muy
simple de usar -le dijo-. Sujeta la barra cerca de la flor y actuará como una
antena que recogerá sus pensamientos. Y así veras, que contrariamente a lo que
la gente piensa...
Pero la
señora Michaelson no estaba escuchando a su marido. Estaba sujetando la barra
cerca de un macizo de margaritas en el alféizar. Después de un momento soltó la
barra y cogió un pequeño revolver de su bolso. Disparó primero a su marido y
después a su ayudante, la señorita Willson.
Contrariamente
a lo que la gente piensa, las margaritas hablan.
Fredric Brown