7 feb 2012

Un cuento hindú

Desde tiempos inmemoriales los maestros hindúes han insistido en la necesidad de mantenerse conectado con el ángulo de quietud tanto en lo agradable como en lo desagradeable. Han exhortado siempre a la ecuanimidad, que es esa energía de claridad que nos permite ser nosotros mismos a pesar de la contingencia y las viscisitudes, ya que en el mundo exterior todo es fluctuante.

El discípulo llevaba meses recibiendo aplicadamente la enseñanza espiritual del mentor. Un día, de repente, el amestro miró a los ojos al discípulo y le dijo:

- Sé como un muerto.

El discípulo se quedó perplejo. No entendía nada.

- No te comprendo, maestro -vaciló- A qué te refieres?

El maestro sonrió. Era la sonrisa del que ha alcanzado la calma profunda.

- Mi muy querido -dijo-, acércate al cementerio más cercano y, con todas las fuerzas de tus jóvenes y vigorosos pulmones, empieza a gritar toda suerte de halagos a los muertos.

Aunque sorprendido, el disípulo siguió las indicaciones del mentor y acudió al cementerio. Comenzó durante varios minutos a gritar halagos a los muertos. Luego regresó ante el maestro, quien le preguntó:

- Qué han respondido los muertos?
- Nada, maestro, no han respondido nada.
- Muy bien. Pues vuelve ahora al cementerio y comienza a proferir insultos contra los muertos.

Así lo hizo el discípulo. Una vez en el cementerio empezó a gritar insultos contra los muertos y luego regresó junto al maestro.

- Qué han respondido los muertos?
- Nada- respondió el discípulo-. Nada en absoluto.

Y el maestro dijo:

- Así tienes que ser tú siempre, como un muerto, o sea, indiferente a los halagos y a los insultos.

El Maestro declara:

Los que hoy te elogian, mañana te pueden insultar; los que hoy te insultan, mañana te pueden halagar. Permanece indiferente a halagos e insultos.


0 comentarios:

Publicar un comentario